Durante 2001, Argentina se vio inmersa en una de las más importantes crisis económicas de los últimos tiempos. La clase media, la más próspera de toda Latinoamérica se despertó en un Buenos Aires fantasmagórico, con fábricas abandonadas y un número espectacular de parados. En los suburbios de la capital, treinta obreros sin empleo deciden tomar la fábrica donde trabajaban y se niegan a abandonarla.

En 2014, un multimillonario de procedencia china reabrió una antigua fábrica de General Motors en la ciudad de Dayton, Ohio. Para miles de locales, la llegada de un manufacturador multinacional implicaba recuperar sus trabajos -y su dignidad- después de que la recesión hiciese estragos en su día a día. Al principio, el contraste cultural es gracioso, pero los problemas entre el planteamiento chino y el norteamericano no tardan en florecer. La escasas medidas de seguridad en el trabajo, unidas a un salario muy bajo, siembran dudas en la mentalidad de los trabajadores. Por si esto fuera poco, la empresa amenaza a sus empleados con automatizar más el proceso de producción como respuesta a sus quejas, lo que conlleva la aparición de numerosos problemas a diario en la fábrica.