En 1962, Calvin Webber (Christopher Walken), un brillante aunque algo paranoico científico, vivía con su esposa Helen (Sissy Spacek) en Los Ángeles. En plena crisis de los misiles de Cuba, un avión sufre un accidente cerca de la casa de los Webber, que, convencidos de que ha estallado una guerra nuclear, se guarecen en un refugio construido por Calvin. 35 años después su hijo Adam (Brendan Fraser), nacido en esa especie de cápsula temporal, sale a la superficie para comprobar si la Tierra sigue siendo apta para la vida humana.

¿Qué ha empujado a Jeliza-Rose a trasladarse desde Los Angeles a una granja tejana? ¿Por qué su padre, ex guitarrista de rockabilly, ya no le habla? ¿Y quién hace todo ese ruido en el ático? Jeliza-Rose huye de su cruel infancia, dejándose arrastrar por su viva imaginación, para configurar así un mundo ficticio en el que las luciérnagas tienen nombre, los hombres de barro despiertan al atardecer, tiburones monstruosos nadan por las vías del tren y cabezas seccionadas de Barbies comparten sus aventuras.  

Eli Wurman es un experto en relaciones públicas, pero su afición a mezclar alcohol y barbitúricos hace que su mente esté siempre embotada. Además, no puede evitar la amarga sensación de haber llevado una vida absurda y superficial. Como no tiene más que un cliente, se dedica a hacer favores a viejos amigos. Durante una interminable noche, pondrá en juego su salud, su carrera y su vida social preparando un acto benéfico en favor de un grupo de refugiados africanos; por otra parte, cuando su único cliente se ve envuelto en un escándalo, se verá inmerso en un peligroso mundo de drogas ilegales, sucias maniobras políticas y sexo.

Perder el último bus de la noche parece un error más en la vida de Julia hasta que una presencia peculiar se muestra entre las sombras.